lunes, 5 de mayo de 2025

Aquarela en la exposición.

No, realmente no hacían honor a la realidad ni las historias ni las descripciones que había ido recopilando, tanto de antiguos textos como de tradiciones orales, de todas y cada una de las civilizaciones con las que había contactado en sus más de trescientos años de vida. Textos y narraciones pues imágenes no existían. 

Para llegar haya allí, en el confín del universo, en su borde, donde la física conocida perdía su sentido, se tenía que cruzar la Singularidad de Compton, de varios megaparsecs de radiación electromagnética total que inhabilitaba y destruía cualquier registro.

Solo existían imágenes analógicas del planeta Aqua, uno de los pocos mundos habitables en el borde. 

Lo habían llamado así sus primeros visitantes por no tener en su superficie tierra firme alguna. Un mundo de agua, en el que la única tierra que existía eran islas flotantes en su atmósfera. 

Las islas flotantes se desplazaban siguiendo corrientes magnéticas que tiene desde el planeta marcando su periplo.

La había pequeñas, rápidas en su desplazamiento, y gigantescas, que parecían no moverse por la lentitud con lo que lo hacían. 

Eran como icebergs de tierra, rocas y vegetación, flotando en la atmósfera de Aqua. Su base compuesta por extraños minerales metálicos, con una carga gravitatoria puesta a la del planeta, explicaba su singular levitación. 

La atmósfera de Aqua, permanentemente cubierta de nubes, descargaba una suave lluvia constante sobre las islas y la superficie del planeta. Esta superficie acuática, debido a la alta temperatura del núcleo de Aqua, se evaporaba como en una olla en ebullición nutriendo las nubes de la atmósfera. En determinadas islas, el agua de sus ríos caía en cascada hacia la superficie de Aqua no llegando a alcanzarla pues la alta temperatura de su superficie hacia que se convirtiera en neblina creando un ecosistema sumido permanentemente en la bruma. Estas islas eran las preferidas de los pájaros con plumas de escamas que constantemente volaban sobre ellas, bajo ellas y en sus cascadas. 

Mientras mirábamos la acuarela que recreaba un paisaje de Aqua, su autora, de más de trescientos años de edad, nos dijo:

Si alguna vez llegáis hasta Aqua, buscadme en esta isla que os muestro en mi 'aquarela'. 


domingo, 16 de febrero de 2025

Todo es relativo.

La luz se curva

esquiva del tiempo. 

Einstein sonríe. 



domingo, 15 de diciembre de 2024

Grab the crab

 Te das cuenta

como te miran,

hablan.


Te ves viejo, 

quieres coger la vida. 

Por intuir el futuro

vas hacia atrás. 


Atrapa el cangrejo. 


viernes, 12 de julio de 2024

La cabina.

Aquí está.

Ya la han desmontado.

A tiempo. Antes de cumplirse los dos meses que habían dado los técnicos del Ayuntamiento a la comunidad de vecinos.

La antigua cabina del ascensor está en el portal a la espera de que venga el anticuario de Argüelles que nos la ha comprado.

Me meto en ella por última vez.

Miro la botonera de bronce, siempre brillante, con los botones negros como ojos de cuervo.

Cierro los ojos. El olor a cera, madera y limpia cristales me lleva a cuando monté en ella, de la mano de mi madre, y me senté en el banquito de terciopelo rojo para subir a nuestra nueva casa en el sexto piso.

Ah, si, la primera vez que fui solo en el ascensor, acababa de cumplir doce años. Antoñito, vete a comprar una gaseosa, baja en el ascensor si quieres, que ya eres mayor.

Las carreras para ver quién llegaba antes, si yo con mis trece años o mi hermana en el ascensor.

El primer beso que di en los labios a una chica, mi vecina Marta, con dieciséis años, fue en el ascensor a la una y media de la mañana, al volver de un concierto de Ramoncín.

La bronca de mi padre, el presidente de la comunidad y del portero, por haberse parado el ascensor entre piso y piso cuando subíamos Manuel, Javi, Jorge y yo. ¡Aunque ponga Máximo cuatro personas en la placa de cerámica, sabes que solo pueden subir tres!

El portazo de la puerta de forja en la estructura que cubre el hueco del ascensor, que dí cuando me fui de casa con veinticuatro años, porque mi padre no me entendía.

Mi vuelta a casa con treinta y uno para cuidar a mis padres. Mi madre siempre fatigada por su lesión de corazón, maldito tabaco; mi padre sin saber quién era ni donde estaba.

Recuerdo meter el ataúd de mi padre en esta cabina, ¡de pié!, porque seis pisos no había quien los bajase con él a cuestas.

El día que cumplí cuarenta y cuatro, la tarta en la mesa, bajando con mi madre en el ascensor, ella sentada en el banquito, entonces ya tapizado de terciopelo verde, camino del hospital del que ya no volvería.

Abro los ojos y me veo reflejado en el espejo del ascensor, de la cabina, que tiene el azogue algo deteriorado, a mis cincuenta y dos años, despidiéndome de ella, mi peculiar cabina del tiempo, envuelto por el olor de cera, madera y limpiacristales... antes de que el anticuario de Argüelles se la lleve.

lunes, 8 de julio de 2024

Tarde de siesta.

El sol, su sombra,

cuenta los minutos

de mi ensueño. 


En tu honor. 


sábado, 10 de febrero de 2024

Se acerca la primavera

Deshaz la niebla,

pide la la tierra

a un sol tímido. 


domingo, 14 de enero de 2024

Frío invierno.

La fuente

borboteante

hielo nocturno.


viernes, 15 de diciembre de 2023

Invierno cálido.

Rompe la rama

el cielo púrpura

en el ocaso.


jueves, 21 de septiembre de 2023

Pacas.

Durante un tiempo, después de cosechar, en los campos de cultivo, inmóviles rebaños de pacas de paja esperan a ser llevadas antes de que el arado rompa de nuevo la tierra.