lunes, 5 de mayo de 2025

Aquarela en la exposición.

No, realmente no hacían honor a la realidad ni las historias ni las descripciones que había ido recopilando, tanto de antiguos textos como de tradiciones orales, de todas y cada una de las civilizaciones con las que había contactado en sus más de trescientos años de vida. Textos y narraciones pues imágenes no existían. 

Para llegar haya allí, en el confín del universo, en su borde, donde la física conocida perdía su sentido, se tenía que cruzar la Singularidad de Compton, de varios megaparsecs de radiación electromagnética total que inhabilitaba y destruía cualquier registro.

Solo existían imágenes analógicas del planeta Aqua, uno de los pocos mundos habitables en el borde. 

Lo habían llamado así sus primeros visitantes por no tener en su superficie tierra firme alguna. Un mundo de agua, en el que la única tierra que existía eran islas flotantes en su atmósfera. 

Las islas flotantes se desplazaban siguiendo corrientes magnéticas que tiene desde el planeta marcando su periplo.

La había pequeñas, rápidas en su desplazamiento, y gigantescas, que parecían no moverse por la lentitud con lo que lo hacían. 

Eran como icebergs de tierra, rocas y vegetación, flotando en la atmósfera de Aqua. Su base compuesta por extraños minerales metálicos, con una carga gravitatoria puesta a la del planeta, explicaba su singular levitación. 

La atmósfera de Aqua, permanentemente cubierta de nubes, descargaba una suave lluvia constante sobre las islas y la superficie del planeta. Esta superficie acuática, debido a la alta temperatura del núcleo de Aqua, se evaporaba como en una olla en ebullición nutriendo las nubes de la atmósfera. En determinadas islas, el agua de sus ríos caía en cascada hacia la superficie de Aqua no llegando a alcanzarla pues la alta temperatura de su superficie hacia que se convirtiera en neblina creando un ecosistema sumido permanentemente en la bruma. Estas islas eran las preferidas de los pájaros con plumas de escamas que constantemente volaban sobre ellas, bajo ellas y en sus cascadas. 

Mientras mirábamos la acuarela que recreaba un paisaje de Aqua, su autora, de más de trescientos años de edad, nos dijo:

Si alguna vez llegáis hasta Aqua, buscadme en esta isla que os muestro en mi 'aquarela'.