La verdad es que en verano casi siempre me olvido de mí.
Cuando empieza el calor me dejo en una esquina, a la sombra, y me olvido de mí en el fresco de la pared de adobe.
Los pájaros se posan en el brazo que apoyo sobre la rodilla y las hormigas llegan a las puntas de mis dedos asomándose atónitas al vacío que ha dejado la ausencia de la pluma en ellos.
Un pensamiento cae entre las hojas apiladas de mi encefalograma casi plano y se enreda en una dendrita bostezante. Queda medio colgando, medio cayendo, sin llegar a ninguno de los dos estados.
La luz del sol, que, agotado de tanto calorear, se apoya en las colinas cercanas, se fija en mi retina y le da un silbido erótico despertándola justo para que recoja el pensamiento que se ha decidido por el estado de cayendo.
Ella, tan activa como siempre empuja a los dedos que trazan en la arena unos surcos, caminos para las hormigas que se desprenden de ellos.
La noche silenciosa de luz, iluminada por las ranas y los grillos, lleva a las hormigas a su casa que, sin saberlo, al recorrer los surcos dibujados por los dedos, escriben un poema para ti:
.
Te veo llegar
y mi voluntad dice no a mis dedos
que, en mudo lenguaje de signos,
dicen: desabrochar, destejer, dibujar
contigo en ti.
.
Este Invierno,
ya acabado,
me ha ido llenando de ti
poco a poco
y hoy,
ya pasada la Primavera,
afloras en cada pensamiento,
en cada imagen,
en cada sonido,
llenándolo todo con tu olor y color.
.
Por eso te escribo y no te llamo.
Porque
si oyera tu voz
te pediría que dijeras si
y debes decir no.
También por eso
he dado una vuelta más
y he trenzado dos nudos
al cabo que me sujeta al mástil del barco
en que navego por esta vida.
.
Sirena, que siempre lo serás,
Tengo sueños
que son solo para ti
y mis manos
siempre son tuyas.
.