En el reflejo de este perro, devuelto por un escaparate de
la calle Fuencarral, un movimiento apenas percibido ha delatado la existencia
del lobo que fui.
Dudando de lo que he visto me paro, frente a otro
escaparate, a mirarme en detalle.
Inmóvil, frente al cristal, sorteado por los perros y ovejas
que pasan, me busco en el reflejo.
No veo el camuflaje, en su momento por mi construido, para
que los pastores me aceptasen. ¡Soy un perro!