El tiempo en su transcurrir es viento
empujando los barcos que navegan por él. Si es al atardecer, sopla hacia el último
puerto.
Algunos ciñen ese viento y se
alejan algo para luego, irremisiblemente, volver en dirección al puerto. Otros sin
resistir su empuje llegan a él.
Todos los que llegan, atracan en
los muelles y, solitarios, esperan ser sacados al astillero para luego, allí
varados, ser desguazados.
Cuando sintamos el tiempo empujar
con fuerza, esquivémoslo. Anclemos en la isla que somos estando juntos, a
refugio de su transcurrir dejemos de ser barcos y no llegaremos a puerto.