Los minutos dejan de serlo cuando se
traban las manecillas largas de los relojes. Así, entramadas, crean una laguna
de tiempo detenido en la que mi reflejo envejece ausente a esa realidad.
Las ondas producidas por los segundos se
estrellan contra el muro de manecillas. Cómplices de las horas, quieren
liberarse y saltar, aún frenados por mi deseo de quietud, empujados por mi
desesperar por tu ausencia.
Sin ti, intentando no ser, solo se ser
impaciencia por ser contigo.