Por fin mis padres me dijeron lo
que estaba esperando que me dijeran desde que cayó la primera nevada en nuestra
ciudad: “Coge los patines, el sándwich que tienes en la cocina y ve al lago. El
hielo ya está lo suficientemente duro”
Cerrando la puerta a mi espalda
me llegó la voz de mi madre: “pasa por casa de tu amiga y vais juntos”.
Como si fuera a ir solo sabiendo
que también tú esperabas, con las mismas ganas que yo, poder ir a patinar.
Corrí hasta tu casa y, al llegar,
vi que estabas esperando sentada en los escalones de subida al porche. ¿Cómo
podías saber que iría a buscarte? No te lo pregunté cuando te uniste a mí en la
acera, ni cuando tomamos el camino al lago, ni cuando llegamos, ni cuando
patinábamos. No te lo pregunté ni te hablé. Eso es lo que siempre hacía, porque
tu presencia me sobrecogía. Quería decirte que estabas muy guapa con el suéter
de cuello vuelto que te había tejido tu madre con la lana sacada de jerséis
viejos de tus hermanos. También me hubiera gustado poder decirte que patinabas
muy bien y que eras muy atrevida aunque dijeras que te daba miedo. Pero no
hablaba. Cuando estaba contigo mi cabeza se llenaba de palabras para ti y, sin
hablarte, mantenía conversaciones contigo desde que te veía hasta que te dejaba
en tu casa.
Pronto iba a ser la fiesta de fin
de curso y despedida del colegio. Como todo lo que sucedía entre nosotros, de
una manera tácita, sin haberlo hablado, te recogí en tu casa a las siete de la
tarde. Tu padre nos dejó su coche para ir al colegio. Tú conducías, acababas de
obtener la licencia y era la primera vez que manejabas el coche sin tu padre al
lado. Estabas radiante con tu vestido amarillo y los zapatos del mismo color. Bailamos
toda la tarde, bebimos unos cuantos refrescos y sin hablarte, como siempre, no
dejé de charlar contigo hasta que llegamos a tu casa y me marché.
Cuando, estando en la
universidad, decidí que quería vivir en Nueva Orleans, atraído por su música y
la forma de ver la vida de los que allí vivían, te escribí para contártelo. No
te llamé por teléfono porque, como siempre, no habría hablado. Luego, pasado el
tiempo, cuando viniste a visitarme allí, con tu pelo rizado, vestida de hippy,
me dijiste que nunca habías creído que fuera a quedarme mucho tiempo pero que
viéndome en esa ciudad entendiste por qué no había vuelto a la nuestra. También
me contaste que te marchabas a Nueva York, habías decidido dedicarte a pintar e
intentar vivir de ello.
Nos recordamos el uno al otro sin
decírnoslo durante varios años. Recibí una carta tuya invitándome a visitarte
aprovechando que hacías tu primera exposición en solitario. Fuiste a esperarme
a la Estación Central y juntos paseamos por Nueva York hasta llegar a tu
exposición. Te reíste cuando, al ver tus cuadros, dije: “Maravillosos”.
Comentaste que nunca había sido tan expresivo. Esa noche, mientras cenábamos,
me animaste a quedarme allí, para que desarrollara todos los apuntes que tenía
para cuentos, poemas y novelas. No te contesté y me quedé. Decidí que iba a
plasmar en el papel todo lo que te había contado durante todo ese tiempo que
había pasado desde que te vi por primera vez, seria y asustada, de la mano de
tu madre, en la entrada de la escuela.
Es Navidad y he estado paseando
por el East Village y el SoHo. Curioseando por librerías de libros antiguos he
encontrado una acuarela en la que estamos tú y yo, de niños, patinando en el
lago helado; es un esbozo a lápiz que está ligeramente coloreado. También he
encontrado una fotografía de la Estación Central en la que, casualmente, aparecemos.
Debieron de sacarla el día que fuiste a buscarme. He comprado las dos.
Sin rumbo he seguido caminando y
mis pasos me han traído frente a tu casa. Me he sentado en las escaleras que
suben al portal y te estoy escribiendo mis deseos de Feliz Navidad en la
pintura del lago, ahora la dejaré en tu buzón.
He pensado llamarte muchas veces,
pero no habría sabido que decirte. Te he escrito poemas y cuentos, pero no te
lo he dicho.
Solo con pensarte me quedo mudo y
mi cerebro te habla y te habla y te habla…
Hoy dejaré estas páginas de mi
cuaderno con el dibujo…
Eso creo.