miércoles, 29 de abril de 2009

De la vida de Al-Eugim.

Los niños tiraron de la mano de Al-Eugim y la llevaron a su cintura a desenfundar la daga curva que llevaba entre la ropa. Le envolvieron en un remolino de sonidos suaves y sedas oscuras haciéndole girar, estremecido, como un derviche, al tiempo que alzaban su mano armada con la daga firmemente asida. En sus giros cortaba el aire y la carne de los nigromantes. Cuando al fin se detuvo mareado, sordo a los sonidos de la noche y ciego a las lucientes estrellas del cielo, poco a apoco se fue recuperando. Vio la daga ensangrentada empuñada por su mano por la que escurría la sangre de los magos de Tombuctú. Hincó una rodilla en tierra e inclinando la cabeza y apoyándose en la otra fue acompasando su agitada respiración. Al rato levantó la cabeza y horrorizado contempló los cuerpos caídos a su alrededor, desangrados por lo múltiples cortes que les había inflingido.