- Hola.
- Hola.
- ¿Qué tal estás?
- Bien. ¿Y tú qué tal?
- ¿Yo? Como agua inútil que se estrella en mentiras que lo son por calladas, agua que no quita la sed ni moja.
Sin rasurar las horas que no tengo me tratúan mentiras a la velocidad del sonido en la piel erizada mientras escribo tirado entre días sobre la incomodidad de de no saber donde soy hasta que un viento rosa anaranjado arrastrado sobre azul me recuerda el compromiso que firmé bajo una palmera al rozar la comisura de tus labios.
Hay cosas, ideas, reflexiones, que a fuerza de darles vueltas acaban enquistándose y entonces se convierten en esa pequeña verruga con la que siempre tropezamos al afeitarnos o en esa uña que se incrusta y duele en los momentos menos oportunos. Para mí, una forma de extirpar o al menos reducir al máximo esos ‘quistes’, a veces se consigue y a veces no, es escribiéndolos, plasmándolos en el papel, convirtiéndolos en un ejercicio sobre el que se puede corregir, dar forma y de este modo, repitiendo la lectura y reescribiendo, hacerlos banales…
aunque no siempre lo consiga.