lunes, 26 de diciembre de 2011

TRANSCRIPCIÓN DEL CONTENIDO DE LA NOTA QUE WILFRID M. VOYNICH RETIRÓ DEL MANUSCRITO QUE LLEVA SU NOMBRE ANTES DE DONARLO A LA BIBLIOTECA BEINECKE DE LIBROS RAROS Y MANUSCRITOS DE LA UNIVERSIDAD DE YALE (EE.UU.)



En la ciudad de Trebon en el año de 1588, yo Edward Kelley (nacido Edward Talbot), declaro verdad lo que escribo en el siguiente manifiesto que deberá acompañar el tratado que entrego a Su Majestad el Emperador Rodolfo II.



Durante años escuché lo que al principio eran balbuceos y luego casi peroratas, de un pequeño ángel que llegó oculto en el carro que trajo de vuelta del Reino de los Cielos a Henoc (bisabuelo de Noé).

Ya desaparecidos los Vigilantes, hijos del cielo, en el carro que les llevó de vuelta; el pequeño ángel quedó vagando por la tierra, ocultándose de los que le temían porque no entendían que era y, de vez en cuando, dejándose querer o casi adorar por los que intuían quien era. Yo le encontré y le di cobijo.

Estuve años copiando los dibujos y símbolos que él hacía o escribía sobre la arena, en la tierra seca o sobre el barro, en pergaminos o tablillas. Años enseñándole sus dibujos y corrigiendo lo que me indicaba, convenciéndole para que me contase y explicase lo qué era cada uno de ellos, para que me hiciese comprender cómo estaba hecho su mundo celestial, cómo eran las estrellas que desde él se veían, de qué estaban hechas sus plantas, cuáles eran sus medicinas, cómo eran sus calendarios y sus remedios, cuáles eran los secretos que guardaba el pueblo angélico y qué les acercaba al hacedor universal.

Al fin he logrado llenar con sus palabras los huecos que rodeaban los dibujos que él me había ido dando por buenos. En este tratado, y en su lengua, he reflejado sus recuerdos sobre su mundo. Ahora solo cabe esperar que cuando vuelvan a buscarle encuentren el tratado y por él crean que nosotros también sabemos. Que tenemos el conocimiento. Así estaremos protegidos.

Hasta ese día no habrá nadie que lo comprenda. Yo mismo, desde que el pequeño ángel quedó con el docto Taddeus Hajeck médico y alquimista mayor de Su Majestad El Emperador, ya no lo entiendo.

Solo los que vengan lo entenderán.