lunes, 20 de julio de 2015

Apunte para un cuento.


Por fin mis padres me dijeron lo que estaba esperando que me dijeran desde que cayó la primera nevada en nuestra ciudad: “Coge los patines, el sándwich que tienes en la cocina y ve al lago. El hielo ya está lo suficientemente duro”

Cerrando la puerta a mi espalda me llegó la voz de mi madre: “pasa por casa de tu amiga y vais juntos”.

Como si fuera a ir solo sabiendo que también tú esperabas, con las mismas ganas que yo, poder ir a patinar.

Corrí hasta tu casa y, al llegar, vi que estabas esperando sentada en los escalones de subida al porche. ¿Cómo podías saber que iría a buscarte? No te lo pregunté cuando te uniste a mí en la acera, ni cuando tomamos el camino al lago, ni cuando llegamos, ni cuando patinábamos. No te lo pregunté ni te hablé. Eso es lo que siempre hacía, porque tu presencia me sobrecogía. Quería decirte que estabas muy guapa con el suéter de cuello vuelto que te había tejido tu madre con la lana sacada de jerséis viejos de tus hermanos. También me hubiera gustado poder decirte que patinabas muy bien y que eras muy atrevida aunque dijeras que te daba miedo. Pero no hablaba. Cuando estaba contigo mi cabeza se llenaba de palabras para ti y, sin hablarte, mantenía conversaciones contigo desde que te veía hasta que te dejaba en tu casa.

 

Pronto iba a ser la fiesta de fin de curso y despedida del colegio. Como todo lo que sucedía entre nosotros, de una manera tácita, sin haberlo hablado, te recogí en tu casa a las siete de la tarde. Tu padre nos dejó su coche para ir al colegio. Tú conducías, acababas de obtener la licencia y era la primera vez que manejabas el coche sin tu padre al lado. Estabas radiante con tu vestido amarillo y los zapatos del mismo color. Bailamos toda la tarde, bebimos unos cuantos refrescos y sin hablarte, como siempre, no dejé de charlar contigo hasta que llegamos a tu casa y me marché.

 

Cuando, estando en la universidad, decidí que quería vivir en Nueva Orleans, atraído por su música y la forma de ver la vida de los que allí vivían, te escribí para contártelo. No te llamé por teléfono porque, como siempre, no habría hablado. Luego, pasado el tiempo, cuando viniste a visitarme allí, con tu pelo rizado, vestida de hippy, me dijiste que nunca habías creído que fuera a quedarme mucho tiempo pero que viéndome en esa ciudad entendiste por qué no había vuelto a la nuestra. También me contaste que te marchabas a Nueva York, habías decidido dedicarte a pintar e intentar vivir de ello.

 

Nos recordamos el uno al otro sin decírnoslo durante varios años. Recibí una carta tuya invitándome a visitarte aprovechando que hacías tu primera exposición en solitario. Fuiste a esperarme a la Estación Central y juntos paseamos por Nueva York hasta llegar a tu exposición. Te reíste cuando, al ver tus cuadros, dije: “Maravillosos”. Comentaste que nunca había sido tan expresivo. Esa noche, mientras cenábamos, me animaste a quedarme allí, para que desarrollara todos los apuntes que tenía para cuentos, poemas y novelas. No te contesté y me quedé. Decidí que iba a plasmar en el papel todo lo que te había contado durante todo ese tiempo que había pasado desde que te vi por primera vez, seria y asustada, de la mano de tu madre, en la entrada de la escuela.

 

Es Navidad y he estado paseando por el East Village y el SoHo. Curioseando por librerías de libros antiguos he encontrado una acuarela en la que estamos tú y yo, de niños, patinando en el lago helado; es un esbozo a lápiz que está ligeramente coloreado. También he encontrado una fotografía de la Estación Central en la que, casualmente, aparecemos. Debieron de sacarla el día que fuiste a buscarme. He comprado las dos.

Sin rumbo he seguido caminando y mis pasos me han traído frente a tu casa. Me he sentado en las escaleras que suben al portal y te estoy escribiendo mis deseos de Feliz Navidad en la pintura del lago, ahora la dejaré en tu buzón.

He pensado llamarte muchas veces, pero no habría sabido que decirte. Te he escrito poemas y cuentos, pero no te lo he dicho.

Solo con pensarte me quedo mudo y mi cerebro te habla y te habla y te habla…

Hoy dejaré estas páginas de mi cuaderno con el dibujo…

Eso creo.