lunes, 28 de julio de 2014

Estoy tan cansada...

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Amanece y la nieve caída en la noche iguala los barrios, blancos, puros, fríos… Piensa Rosa mientras entra en el metro.
Anochece, las calles del centro, limpias de nieve, reflejan las luces de los escaparates, de las cafeterías. Como brilla todo, piensa Rosa mientras camina rápido hacia el metro.
Por las calles de las barriadas de la periferia, las personas que vuelven a sus casa lo hacen con cuidado, andando despacio sobre la nieve helada para no resbalarse y caminan pegados a las paredes de los edificios para que no les alcance la nieve sucia que salpican los vehículos que circulan por las calles.
Rosa ha llegado al portal de su casa indemne. Mientras saca las llaves del bolso piensa que puede tener en el frigorífico para preparar la cena esa noche.
Abre la puerta y, cuando está entrando, un coche pasa pegado al bordillo y le salpica la espalda. Se vuelve irritada, pero el grito de enfado y desesperación apenas pasa de su garganta. El coche ya ha girado por la esquina y a ella apenas le quedan fuerzas.
Entra en el portal sacudiendo del abrigo los pegotes de nieve sucia mientras aparta la barra de pan que ha cogido en el chino para que no se moje.
Sube los seis escalones que la separan del descansillo de los ascensores. Pulsa el botón de llamada del suyo, el de los pisos pares, y ve en el luminoso de encima de la puerta que está en el último piso, en el doce, tendrá que esperar y está muy cansada.
Mientras baja el ascensor sigue pensando que puede hacer de cena. No es capaz de recordar que queda en el frigorífico, está tan cansada que no es capaz de visualizarlo.
Sale del ascensor y, de forma automática, abre la puerta número dos. Entra en casa. Mientras deja las llaves en el mostrador del perchero le llega el sonido de la televisión en el salón. También oye la tele en el cuarto de los niños. Sara y Miguel estarán jugando y viendo la tele, seguro que no han hecho los deberes, Jorge siempre les deja jugar y luego es ella la que tiene que ponerse seria para que los hagan.
Sin quitarse el abrigo entra en la cocina y abriendo el frigorífico mira que hay. Mmm, huevos, siete, los guisantes que quedaron de ayer, un poco de chorizo… ¿quedarán algunas patatas fritas en la bolsa que abrió ayer para picar?... Si, al menos las suficientes para hacer unas tortillas a la francesa “chez Rosa”. Aún le quedan fuerzas para reírse de sus ocurrencias. A los niños les gustan las tortillas que llevan de todo.
Colgó el abrigo en el perchero y se asomó al salón. La mesa estaba puesta, por lo menos Jorge le había ahorrado ese trabajo.
Volvió a la cocina, batió los huevos, los mezcló con los guisantes, el chorizo y los restos de patatas Lays e hizo las tortillas. Yo me comeré la de un huevo, apenas tengo hambre. Las fue colocando en una fuente que cogió del armario pues la que estaba en el fregadero estaba sucia. Cuando tuvo las cuatro tortillas espolvoreó un poco de perejil seco sobre ellas para darles una nota de color, como Arguiñano, el de la tele, pensó. Llevó la fuente a la mesa y mientras volvía a la cocina a por la jarra del agua y la barra de pan llamó a todos a cenar: ¡Vamos! ¡A la mesa! ¡Ya está la cena! Llevó la jarra y el pan a la mesa y al dejarlos se dio cuenta de que no había llevado la paleta de servir. Mientras volvía a la cocina volvió a llama a todos: ¡Sara! ¡Miguelito! ¡Jorge! ¡A la mesa que se enfrían las tortillas que he hecho!
Cuando volvió a la mesa vio que no había acudido nadie. Sin soltar la paleta se asomó al cuarto de los niños. La televisión estaba encendida, todo recogido y los niños no estaban ahí. Estarán con Jorge en nuestro cuarto, pensó. Se asomó al tiempo que decía: Venga niños, y tu Jorge, que eres peor que ellos, se van a enfriar… se calló al ver el cuarto vacío y también recogido ¿donde estaban? Miró en el cuarto de baño. También estaba vacío ¡Vamos, salid de donde os hayáis escondido, dejaos de juegos que es la hora de cenar y estoy muy cansada!
De pronto le vino todo a la cabeza: La tarde de hacía un año, cuando volvió a casa un poco antes de lo normal y después de poner la mesa tuvo una llamad del hospital.
Jorge había recogido a los niños del colegio y habían tenido un accidente al patinar el coche en la nieve y chocar contra un camión que había quedado cruzado en la M-30. Le dijeron que habían hecho todo lo humanamente posible para salvarlos pero que habían muerto. Le pidieron que acudiera al hospital para reconocerlos.
Se quedó de pié en el distribuidor. Estaba tan cansada que, otra vez, había vuelto a olvidarlo.
Se sentó en el sofá, delante de la televisión y, aún con la paleta en la mano, dejó caer la cabeza poco a poco sobre el brazo del sofá. Estaba tan cansada.
Mañana tiraré las tortillas a la basura y si me da tiempo recogeré la mesa, si no, lo haré cuando vuelva del trabajo.
Ya durmiéndose, caen de su boca entreabierta unas pocas palabras que se confunden con el ruido del televisor: Jorge, por favor, acuesta a los niños, no me despiertes, me quedo en el sofá, estoy muy cansada…
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