martes, 24 de noviembre de 2009

EL CALLEJÓN DE LOS DUENDES.

A veces conviene desempolvar viejas historias.
Esta que sigue la escribí por primera vez en Torrejón de Ardoz, aprovechando unos ratos libres al salir del trabajo, cayendo las tardes.
Hoy, ocho años después, os la enseño aquí.
Como entonces doy un firme consejo a mi duende:
“No entres en callejones si no voy contigo”

Hace unos cuantos años pasé un fin de semana, próximo a la fiesta de Todos los Santos, en un pequeño pueblo situado en un recóndito valle de los Pirineos. Alejado de las zonas habituales de esquí y deportes de montaña, aún conservaba el sabor y las tradiciones propios de las antiguas aldeas de la zona.


Estando allí, y tan próximo a una fiesta tan peculiar en la que se acerca tanto el mundo de los vivos al de los muertos, pregunté a unas cuantas personas si conocían alguna leyenda o tradición propia de aquellas fechas en la que se reflejase ese espíritu tan especial que acompaña al Día de Todos los Santos, o quizá mas exactamente la noche anterior en la que supuestamente andan a su libre albedrío todo tipo de espíritus, fantasmas y otras criaturas a las que muchos dan en llamar fantásticas.

Aparte de algunas anécdotas más bien corrientes; en las que familiares fallecidos acudían para indicar donde estaba este o aquel objeto que se habían perdido, para avisar de la próxima pérdida de una vaca que iba a ser comida por el oso o de la oveja que se extraviaría y acabaría en un barranco; me relataron una historia realmente curiosa al preguntarles el motivo de unos objetos: dulces, paquetes, etc. que los lugareños dejaban en ambos extremos de un pequeño callejón que había cercano a la plaza principal del pueblo y que se llamaba Callejón de Los Duendes.

Me contaron que la noche anterior al día de Todos los Santos nadie pasaba por ese callejón y que los objetos que dejaban a las entradas del mismo, en el suelo, eran para Lucía, una niña que a principios del siglo pasado había desaparecido del pueblo sin dejar rastro alguno.

Bueno, creo que mejor será que cuente todo tal y como me lo contaron.

* * *

Nos remontamos a principios del siglo XX, allá por el 31 de Octubre de 1903, cuando para los lugareños de aquellos valles pirenaicos el ferrocarril era algo incomprensible y casi una fantasía que contaban los que se acercaban a la capital. Por aquel entonces vivía en el pueblo una niña que se llamaba Lucía. Era la única hija de Lucio de quien había heredado el nombre y de Rosa, una pareja que desde chiquititos sabían que vivirían el resto de su vida juntos.

La casa en la que vivían estaba dos calles mas abajo del Callejón de los Duendes al que por aquella época llamaban Callejuela de los Tordos debido a la gran cantidad de estos pájaros que se posaban en los aleros y los tejados de las casas que daban a esta calleja y que atontaban a los que pasaban por allí con su piar.

Vivían un poco del ganado que tenían y cuidaban entre los tres y otro poco de una huerta que trabajaban a espaldas de la casa, al lado del establo donde guardaban las vacas.

Lucía tenía fama de ser una niña un tanto peculiar. Se relacionaba poco con las otras niñas y niños del pueblo, entre los que tenía fama de ‘alelada’ o ‘un poco ida’. En general en el pueblo todos pensaban que no habían tenido suerte los padres con la pequeña “Como la habían tenido siendo tan mayores” o “Es que son casi familia”, aunque ¿quien no lo era en aquella aldea?. El hecho era que la pequeña Lucía andaba más a solas por los prados y bosques cercanos a la aldea que en compañía de otros chiquillos. Por eso nadie se dio cuenta de su falta hasta que al día siguiente, día de Todos los Santos, los padres preocupados empezaron a preguntar a los vecinos si la habían visto.

Nadie sabía por donde podría andar. Por fin Luisillo el hijo de Tomás y Angela dijo que, la tarde anterior cuando volvía hacia el pueblo con el ganado de sus padres, la vio meterse en el bosque que se extendía hasta el Barranco de la Cabra y que iba gesticulando como si hablase sola.

Prácticamente todo el pueblo se puso en marcha hacia el Barranco de la Cabra a buscar a la pequeña Lucía. Iban en silencio pensando en lo peor pues aquella era una zona muy abrupta y peligrosa. Y si siendo las cinco de la tarde aún no había vuelto al pueblo...

Lucio y Rosa se adelantaron corriendo, al llegar al bosque comenzaron a gritar su nombre llamándola. Pero no contestaba. Todos gritaban su nombre. Pero no contestaba. Recorrieron todo el bosque varias veces y los más avezados en la montaña hicieron lo mismo por el barranco. Pero no la encontraron. El sol se ocultó y cayó la noche, se aprovisionaron de linternas de aceite y de petróleo y continuaron la búsqueda. Llegó la mañana y el mediodía y dejaron de gritar su nombre.

Afónicos, abatidos y agotados regresaron a sus casas. De vuelta al pueblo seguían oyendo las voces de Lucio y Rosa que no se resignaban a perder a su hija.

A finales de Marzo desistieron de seguir buscándola. Recorrieron todas las aldeas cercanas y las no tan cercanas. Preguntaban por ella y gritaban su nombre por los caminos, pero sin resultado alguno. En Mayo se resignaron a su pérdida y se convirtieron definitivamente en dos sombras de lo que habían sido, dos sombras que seguían haciendo las labores y viviendo como por inercia.

* * *

Ese 31 de Octubre de 1904 Lucio volvía a casa mas tarde de lo habitual.

Había transcurrido un año desde que Lucía se perdió. En casa de Lucio y Rosa se habían dejado de oír las risas desde entonces.

Durante todo el día se había ido retrasando en las faenas, algo rondaba su cabeza pero no sabía darle forma y le estaba distrayendo. Sumido en sus pensamientos no se dio cuenta de que se había parado frente a la Calleja de los Tordos, una vocecita le estaba llamando por su nombre y no le prestaba atención pero cuando oyó “padre”... No era posible, ¡la voz de Lucía!. Se adentró en la oscuridad siguiendo la voz, allí estaba, a mitad de la calleja, sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Era su niña, su pequeña, pero no se movía, solo seguía llamándole. En dos zancadas se puso a su lado y agachándose la cogió en sus brazos. Estaba helada, llevaba una camisa muy fina y la noche era fría. La apretó dulcemente contra su pecho y le cubrió la cara de besos. Lucía le miraba con los ojos muy abiertos. Con cara de sorpresa y de susto le dijo que por que no la había hecho caso cuando le llamaba, que por que había tardado tanto en cogerla.

Lucio tenía la vista nublada por lagrimas de alegría, apenas entendía a la niña, echó a andar hacia su casa, sonriente. Que sorpresa se llevaría Rosa cuando viera que había encontrado a su hija, por fin estaba allí con ellos.

Juraría que había salido de la calleja en dirección a su casa, pero estaba en la parte alta de la misma, se habría equivocado de dirección con la emoción de haber encontrado a su pequeña. Echó a andar en dirección a su casa salió de la calleja y... De nuevo estaba en la parte alta de la misma y esta vez estaba completamente seguro de lo que había hecho. Dio un paso hacia atrás sobresaltado y para sorpresa suya se encontró, de nuevo, en el otro extremo de la calleja a punto de salir de la misma en dirección a su casa.

¿Que le estaba pasando?. ¿Es que la alegría de haber encontrado a su hija le estaba cerrando las entendederas?. Algo no era normal. Pero hacia bastante frío y la pequeña, a la que había notado agotada, se había quedado dormida en sus brazos, tenía que marcharse a casa de una vez, además Rosa ya estaría preocupada por su falta, aunque cuando le viera con Lucía en brazos se le pasaría de inmediato el enfado. Ya se había acabado el no hablar entre ellos por no hacerse daño recordando a su hijita, ahora todo volvería a ser risas y alegría.

Rosa pensó que era muy tarde y Lucio no había llegado aún a casa. Raro era que no la avisase, pero como alguna vez se quedaba a dormir en el monte… aunque no en invierno. Desde que había desaparecido su Lucía se habían ido distanciando poco a poco y ahora apenas cruzaban dos palabras seguidas. Una noche ella se había ido al dormitorio de su hija, a su cama para sentir su olor y se había quedado allí, él no había ido a buscarla, de eso hacía diez meses.

Tendría que hacer algo, sabía que él estaba sufriendo tanto como ella, pero no tenía fuerzas para nada, ya casi ni para seguir viviendo.

* * *

Se acercaba la noche, hoy iba muy retrasada con el ganado. Desde que había desaparecido Lucio, ya hacía un año, tenía que hacer todas las labores que antes hacían entre los tres. Nunca le reprochó a Lucio el que desapareciera así, ella había pensado muchas veces el hacerlo, pero no había tenido el valor suficiente.

Desde que él se marchó se había hecho cargo de todo el trabajo, eso le había ayudado a seguir hacia delante. Se había refugiado en el huerto, los animales y la casa, no tenía tiempo para nada más, ni para relacionarse con el resto de vecinos. Se había convertido en una mujer huraña, poco sociable.

Se le estaba haciendo muy tarde. Mañana sería Todos los Santos. Ya 1905. Como pasaba el tiempo. Dos años de su hija. Un año de Lucio.

Dejó todo y marchó hacia casa, al pasar por la Calleja de los Tordos escucho unas voces, como un susurro de voces mezcladas diciendo su nombre y ¿madre?.

Se acercó a la boca de la calleja, ya oía mejor las voces. Si, si, era Lucio ¡y la Lucía!. ¿Donde?. ¿Donde estaban?. No, no podía ser.

Rosa, Rosa. Madre, madre.

Allí estaban. Pero ¿como podía ser eso?. Entró en la calleja y apenas escuchó a una vecina que le daba las buenas noches y le preguntaba donde iba.

Rosa, Rosa, ¿que haces ahí a oscuras?, ¿con quien hablas?, ¿de que te ríes?.

!Son Lucio y la Lucía!. Gritó Rosa a Pilar y echó a andar calleja adentro.

Al acercarse Pilar a la boca de la calleja vio que Rosa había desaparecido. No lograba entender que había sucedido y, en los días siguientes, contó a todos lo que había visto.

* * *

Los que me contaron esta historia me dijeron que desde entonces nadie se atreve a pasar por el Callejón de los Duendes, que así le pusieron por las voces que de él salen la noche anterior al día de Todos los Santos, por temor a desaparecer como Rosa y su familia.

Los vecinos; hoy ya hijos y nietos de los que conocieron a Rosa, Lucía y Lucio; dejan en esa noche tan especial regalos para una familia del pueblo que, en una noche de Todos los Santos, desapareció en circunstancias muy extrañas.