-¡Felicidades, Juan!
Sara le sonrió mientras le ofrecía un pequeño paquete.
-¿Felicidades?
-Sí,
hoy es tu cumpleaños.
-¿Qué
día es hoy?
-Veintidós de agosto, tu cumpleaños.
-Ah…
no me acordaba… no me acuerdo…
-Abre
tu regalo, a ver si te gusta.
Juan
deshizo con cierta dificultad el lazo y rompió el papel que envolvía la caja. La
abrió y saco de ella un reloj de bolsillo con una cadena. Se quedó mirándolo sin
saber qué hacer con él.
Sara
se acercó y le cogió el reloj de la mano.
-Mira
juan, si levantas esta tapa veras la esfera del reloj y sabrás la hora que es.
Si levantas la tapa del otro lado veras que en el interior pone tu
nombre. Mira, lo ves, pone Juan y debajo pone las señas de esta casa, donde
vives.
-Ah…
donde vivo…
Sara
le devolvió el reloj. Una lágrima se deslizó por su cara hasta la comisura de
la boca. La secó con el dorso de la mano. Por desgracia se iba cumpliendo lo
que los médicos le habían dicho, cada vez menos recuerdos, cada vez menos
momentos de lucidez.
Hacía
un año que, después de celebrar su cumpleaños, tras ocho días de ausencia de su
casa, habían encontrado a su padre dando tumbos por ahí, sin reloj y sin
destino.